15 de marzo de 2012

       Casi dormido, sintonizo por un momento TN, y como en un teatro maldito se me aparecen por una parte, esa versión macabra de Mr. Bean que es Calzon Castro, y por otra, un hombrecito doblado sobre si mismo, buscando el amparo de un enemigo que, aunque malherido, es el único que podría hoy, ofrecerle algo de lo que ha vivido toda su vida. 

       Muy impresionante. La tragedia en ritmo de sainete, o un sainete de lo trágico; acaso un espectáculo experimental, en busca de intérpretes nuevos, de los que seguramente no habrán de faltar en este cambio de época.
         Cómo enojarse con Hugo Moyano, tan encogido ahí frente a Calzón, al que mira angustiado, buscando alguna señal que le diga que su sacrificio satisface a la corporación mediática, única expresión política de una derecha neoliberal seriamente descolocada. Qué putiada podría resultar suficiente para este pobre miserable que debe aceptar ésta exigencia de servicios, de un poder corporativo que simultáneamente, oficia de verdugo del sometido denunciando de éste, la insalvable contradicción de dirigente gremial y empresario.
       Me atrevo a considerar, la atrocidad de Castro con sus manitas suavemente apoyadas en la falda y Moyano en lastimosa genuflexión, como un buen síntoma. Ni los más perversos o mal intencionados opositores a un estado en franca recuperación en su carácter de regulador de la vida en comunidad, pueden ver en esa pavorosa demostración de debilidad, una carta que agregue posibilidades a su jugada. 

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