Yo tengo la clave.
 
Son
 
esas cosas como colibríes que 
 
juegan en sus ojos, y que
 
me permiten verlas.
 
La clave es
 
que algo descansa en mí
 
cuando camina delante
 
como si el aire se abriera reverente,
 
tanto,
 
que lo majestuoso de su paso
 
me deja ver
 
coreografías asombrosas.
 
Así que la clave es
 
que yo muero de amor
 
si ella me mira,
 
o si camina delante,
 
o si me toca, si aprieta, si me suelta
 
de pronto,
 
como un ave que volara airosa de mi brazo.

A eso parecido al alma
que yo tengo,
le están creciendo paredes.
Ya no veo a través de aquello como alma,
mi jardín,
y el territorio contiguo y el océano con su abismo,
o esa imagen abisal,
ese presentimiento que anida en el pecho.

Por el cielo de ese asunto tipo alma,
me están faltando el calor y el frio y el agua.
Sólo paredes
y por ellas,
personas en pantalones y túnicas y desnudas
sueltan siluetas que corren,
con las manos embarradas de llanto,
los rostros hundidos en el barro de las manos.
Corren como silencios insostenibles;
tanto,
que el pecho se ahoga
y expulsa un dolor que congestiona la nariz.

Esa cosa que fuera el alma
Está ahora entrampada en una red,
donde las gentes votan a lo peor de la condición humana
para que los gobierne,
que enjaulan niños
con padres que, desposeídos de sus ríos,
intentan pescar en ríos privados.

Me duele el alma
que deja su piel,
y ahora se parece
mucho
a una serpiente enfurecida.


Había gente llorando.
Era de noche, y
había gente llorando, los pies helados.
Una serpiente fantasma
se ocultó en mí, 
aterrada por los niños que flotaban
con los brazos abiertos,
buscando inútilmente asirse a los que lloraban.
Y aún,
no había luz en la noche, ni fuego, ni alimentos,
por lo que la gente lloraba, y resoplaba,
alejando más a los niños que flotaban
boca abajo
las caritas aplastadas contra el frío.

Asimismo,
había caricaturas animadas en blanco y negro
de burgueses,
los vientres abultados,
la mano izquierda
colgando del pulgar enganchado
del bolsillo de refinados chalecos,
la derecha sobre sus piernas.  
Les pregunté: ¿qué hacen?
Estamos gobernando, dijo uno,
con voz de infinito cansancio.

Finalmente,
había un escenario que se
erguía,
Inexorable,
inapelable como agua que, encerrada,
busca una salida y sube.